NICOLO PAGANINI
Paganini tenía unos dedos extremadamente largos, se dice que sus manos medían cuarenta y cinco centímetros. Evidentemente, esto ayuda a la hora de tocar el violín y de llevar dicha habilidad a niveles de complejidad altísimos. Lo que ya no está claro es si estos larguísimos dedos se debían al Síndrome de Marfan, que se caracteriza precisamente por una longitud inusual de los miembros del cuerpo. O si lo que padecía nuestro músico era aracnodactilia, una enfermedad genética que provoca que los dedos sean muy largos y algo curvos.Sus largos dedos se comían el violín. En realidad, siempre daba la sensación de que tocaba en violines de juguete. Cuando era niño, su padre, el señor Paganini, comerciante mal habido y ambicioso, le dijo: “Nicolás, tú vas a ser el mas grande violinista del mundo, de mi cuenta corre”, y corrió. Porque a base de golpes, el jovencito llegaría a tocar como nadie lo ha hecho ni lo habrá de hacer. Pero hubo quien dijo que lo vio. Alguna noche, mucho antes de que su leyenda creciera. Hubo alguien que aseguró haberlo visto invocar al diablo, postrarse delante del Maligno y repetirle el juramento. “Le dijo que su alma era suya a cambio de tocar como un ángel. Se encendió una luz que me cegó, Paganini se puso de pie y siguió su camino”, así dijo aquel testigo. Hubo quien le creyó y quien no le creyó. Más aquella versión fue creciendo y la gente hacia tumultos para verlo, y para oírlo tocar. Se arrebataban los boletos. Todos habían oído hablar de él, no solo los cultos. Hasta los mendigos y las prostitutas compraban sus entradas apenas se anunciaba que tocaría Nicolò Paganini, “El violinista del diablo”, como empezaron a llamarlo.
Tambien, se cuenta que, en cierta ocasión, Nicolo Paganini (1782-1840), considerado como uno de los más grandes violinistas de todos los tiempos, se disponía a actuar ante un numeroso y entregado público, cuando comprobó con consternación que el violín que tenía en sus manos no era el suyo.

GIUSEPPE TARTINI
“Una noche, en 1713, soñé que había hecho un pacto con el Diablo y estaba a mis órdenes. Todo me salía maravillosamente bien; todos mis deseos eran anticipados y satisfechos con creces por mi nuevo sirviente. Ocurrió que, en un momento dado, le di mi violín y lo desafié a que tocara para mí alguna pieza romántica. Mi asombro fue enorme cuando lo escuché tocar, con gran bravura e inteligencia, una sonata tan singular y romántica como nunca antes había oído. Tal fue mi maravilla, éxtasis y deleite que quedé pasmado y una violenta emoción me despertó. Inmediatamente tomé mi violín deseando recordar al menos una parte de lo que recién había escuchado, pero fue en vano. La sonata que compuse entonces es, por lejos, la mejor que jamás he escrito y aún la llamo "La sonata del Diablo", pero resultó tan inferior a lo que había oído en el sueño que me hubiera gustado romper mi violín en pedazos y abandonar la música para siempre....”
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